Oyó
una voz que decía: “Nada tiene sentido” Inevitablemente hizo un
leve gesto con la cabeza hacia el lado del que provenía el sonido,
aunque ahora ya sabía que era producto de su mente. Era un martirio
que no había compartido con nadie, ni siquiera con un profesional.
¿Para qué? La voz no mentía; nada tenía sentido. La vida monótona
que llevaba lo gritaba a los cuatro vientos.
Rápidamente
se levantó del único banco que había en aquella calle y se
dirigió, a toda prisa, hacia la escuela de educación especial a la
que acudía su hija.
Llegó
justo a tiempo. La niñita se le abrazó mimosa al llegar a su altura
y juntas fueron directas a casa. Al mismo entrar, se dirigieron a ver a la
abuela que desde hacía varios meses se encontraba postrada en el
lecho; los años eran muchos y pronto se la llevarían. La anciana le
pidió con dulzura que la ayudara a cambiar de postura. Lo hizo con
aparente cariño arropándola y depositando un beso en su frente.
Después dio la merienda a ambas y preparó la cena como todos los
días.
Mientras
cocinaba, pensaba en que tenía que terminar unos trabajos de costura
que debía entregar por la mañana. Necesitaba el dinero y no había
encontrado otra ocupación mas que aquella —suerte que sabía
coser— su madre la enseñó, había sido la profesión de ésta
durante toda la vida.
Aquella
anciana que yacía en el lecho había sido la mejor madre que se
pudiera tener y la amaba. Pensó en ella en cuando era joven y ella
una niña pequeña.
Aparcó
sus pensamientos y consideró que aún tenía tiempo, a pesar de haber
estado por ahí deambulando sin rumbo, de ponerse manos a la obra
con su trabajo. Sonó el teléfono en aquel instante y oyó la voz de
su marido al otro lado:
—Llegaré
tarde, no me esperes a cenar. Esto lo venía haciendo frecuentemente
desde hacía varios meses, pero hoy al oír la voz al otro lado sintió
una punzada de dolor.
No
tenía tiempo de pensar: estaba su hija y su madre y la falta de
dinero. Era suficiente. Como si nada empezó su labor dando marcha al
motor de la máquina de coser.
Cuando
acabó eran las dos de la madrugada. Su marido aún no había
regresado. Su madre y su hija hacía mucho que dormían. En la casa
reinaba un silencio inquietante.
De
nuevo oyó la voz que decía: “Nada tiene sentido”. Sintió calor
a pesar de la baja temperatura de la casa y un algo extraño en la
boca del estómago. Sus ojos brillaban más que nunca y más que
nunca se retrasaba su marido. Abrió la pequeña ventana a un metro
del suelo y se sentó en el alféizar.
La
voz continuaba cada vez más fuerte: “Nada tiene sentido...nada
tiene sentido...” El frío de la noche invernal acarició su
rostro. Miró la calle desierta a la vez que sus ojos se llenaban de
lágrimas. Oyó la llave en la cerradura. La voz seguía más que
nunca; más fuerte cada vez: NADA TIENE SENTIDO.
En
un instante todo se nubló. No vio al marido que se acercaba. No oyó
la voz de la niña que se había despertado, ni sintió el crujido de
algo que impactaba violentamente en la acera...
Creo, Montse, que en estas situaciones nada tiene sentido. Ni la muerte
ResponderEliminarMe gustan tus relatos!
Una abraçada.
Gracias, Josep. Siempre me das ánimos para seguir. La verdad es un misterio cada vez que empiezo a escribir algún relato; nunca sé donde me llevarán las palabras. Siempre pienso que no soy yo quien decide las palabras, sino que son "Las palabras que el viento lleva" y toman forma a su antojo a través de mí.
EliminarUna abraçada, Josep.
Estimado Montse!
ResponderEliminarUn final triste, pero cada cosa nueva que termina.
Siempre es un proceso doloroso y difícil.
En la Tierra, nada es eterno, el único cambio y el amor sincero.
La esperanza y el alma nunca muere.
Una puerta nunca se cierra, otra puerta se abre de nuevo.
Una Abracada.
Amor Ranger48 / T.Bela
Muchas gracias Béla por detenerte a leer. Y como bien dices, en la tierra nada es eterno. Y pienso,(no me gusta el final de mi relato), que siempre hay esperanza y todo puede cambiar: Cuando una puerta se cierra, seguro que al menos, una ventana se abre.
EliminarUna abraçada.